Por Rosamaría Villarello Reza
El tema del trabajo doméstico es de tal importancia que es transversal prácticamente al conjunto societal, ya que la mayoría de las mujeres, por ejemplo, en México, mayores de 12 años lo llevan a cabo, lo que representa el 97 por ciento de la población femenina (INEGI e INMUJERES, 2019).
Se desarrolla mayoritariamente en la esfera privada (hogares) por mujeres, en las labores domésticas como las de cuidado de personas dependientes (niñas/os, ancianas/os, personas con discapacidad o personas enfermas). Se mide cuantificando el tiempo que una persona dedica a las labores domésticas y al trabajo de cuidado sin recibir pago o remuneración alguna (Organización de Naciones Unidad, ONU-Mujeres).
“El trabajo doméstico no remunerado es una de las dimensiones menos reconocidas de la contribución de las mujeres al desarrollo y a la supervivencia económica de los hogares” (ONU-Mujeres). Y ello nos lleva a la desigualdad de condiciones entre hombres y mujeres. En el caso de México, según la misma fuente, se considera que el 60 por ciento de las mujeres realizan ese tipo de trabajos, frente al 40 por ciento de los hombres, lo que demuestra la desigual distribución del trabajo.
Las consecuencias de la desigualdad son las afectaciones a la calidad de vida de las mujeres y en su superación personal. Por citar algunos aspectos, en este caso relacionados con el contexto académico y universitario, las mujeres cuentan con menos tiempo para el aprendizaje, menos opciones para avanzar en sus carreras laborales y menores ingresos, ante las obligaciones que tienen que atender en el hogar. Buquet (2016) se refiere al “orden de género” y dice que “es la manera en la cual se ordena la sociedad a través del género”.
Aunque la incorporación de las mujeres al desarrollo ha ido en aumento, este se ve disminuido por la misma carga a la que están sometidas por las labores hogareñas y de cuidado. Sin embargo, en contraposición, si se cuantificara el valor de esas mismas cargas de trabajo, éstas están muy por encima de lo que aportan los varones, sobre todo, si las mujeres viven en pareja.
Ha habido diversas iniciativas internacionales en torno a reconocer el TDnR, previas a la Conferencia Internacional de la Mujer en Beijin, China, en 1995. Y aunque la brecha entre géneros se ha reducido, las desigualdades subsisten, entre otros, por los arraigados estereotipos de género y por la misma falta de voluntad de los Estados. De ahí que se creó el 22 de julio de 1983 el Día Internacional del Trabajo Doméstico durante el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe.
En 2015 la ONU lanzó los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, en relación con la igualdad de género y el “trabajo decente” (ODS 8). Mientras que el numeral 5, Igualdad de género, dice que: “La carga desproporcionada del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado recae sobre las mujeres, lo que limita su acceso a la educación, empleo, participación política y otros derechos”. Y la meta 5.4 busca reconocer y valorarlos a través de servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social, promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar (ODS-ONU, 2015).
La Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, cuenta con una coordinación para el cumplimiento interno de los ODS en 2030. Asimismo, la Coordinación para la Igualdad de Género, CIGU, y en nuestro caso la CInIG-DGBSDI, trabajan para sensibilizar y promover una cultura de igualdad sustantiva. Uno de los ejes fundamentales de nuestro plan de trabajo es la corresponsabilidad en las tareas domésticas y de cuidado, fomentando una participación de hombres y personas socializadas como tales, para transformar los roles de genero tradicionales y avanzar a una vida más equitativa dentro y fuera de los espacios universitarios.